Un poderoso Saúl Canelo Álvarez venció sin despeinarse a un débil e inoperante Julio César Chávez Jr. en el repleto T-Mobile Arena que vivió una gran fiesta mexicana y seguramente en una jornada récord en ventas de PPVs. La pelea del orgullo mexicano dejó orgullo de un solo lado, además de abucheos y mucha decepción. El tapatío se vio excelente y su rival se vio lamentable.
Fue tan sesgado el combate que la mayor atracción ocurrió después de la misma, cuando en un show preparado de antemano se mostró a GGG en las pantallas y el mismo subió al ring para dejar listo el desafío contra el vencedor. Hay que agradecerlo, hubo algo bueno además de la fácil victoria de Canelo.
Había muchas incógnitas previas para una pelea que despertaba morbo y muchas expectativas. Canelo subía de las 155 libras a las 164 y no se sabía cómo respondería su físico frente a un hombre más grande y de gran pegada como Chávez. El hijo de la Leyenda aceptó dar 164.5 libras en la báscula y luego de dos meses intensos de preparación en las alturas del Centro Ceremonial Otomí, lo consiguió. La expectativa era que se recuperara en la rehidratación. Al parecer eso no ocurrió. La misma imagen demacrada del viernes, fue la que mostró en el ring.
Bastaron dos asaltos para comprender que en el cuadrilátero había un solo púgil: Canelo Álvarez. Se adueñó del centro del ring, ensayó toda clase de combinaciones, impuso el ritmo con el jab, conectó volados, ganchos terribles a la zona media y hasta cedió la iniciativa a Chávez por momentos, pero sin que este siquiera le respondiera. El tapatío vivió su fiesta y por momentos parecía el mismo Canelo que se ve en los videos relajado y bromeando en el gimnasio.
Hubo asaltos de un solo golpe conectado por Chávez y hubo asaltos en que Canelo se recostaba a las cuerdas y lo dejaba golpear a placer a Chávez. Ni siquiera lo conmovió, tampoco le dio secuencia por miedo al contragolpe y en el único momento que Chávez podía complicarlo con los ganchos por afuera a las costillas, debía interrumpirlo por el único detalle que me llamó la atención en el referí Kenny Bayless, ni bien Chávez conectaba ese golpe, el referí lo amonestaba indicándole que "levantara la mano". Ese era como un alerta. Tras la señal Chávez se detenía y retrocedía.
De todas maneras fue apenas una anécdota. La otra sorpresa fue el poder que mostró Canelo algo que incluso pudo parecer mayor debido a la triste imagen de debilidad que a lo largo de toda la batalla transmitió el "Hijo de la Leyenda".
No hay análisis posible al desempeño de Chávez Junior. No lanzó, no conectó, no tuvo actitud, no tuvo estrategia, quizás no tuvo aguante y a Canelo no le alcanzó la pegada para noquearlo. Tampoco vimos la promocionada presencia de Ignacio "Nacho" Beristáin en su esquina. Fue "ciencia ficción", brilló por su ausencia. ¿Ese era el verdadero papel que cumpliría o sabían de antemano que su pupilo era mera "carne de cañón"?
Es posible que el rival le haya perdonado la vida y le haya evitado la humillación. Es posible también que un campamento destinado a dar el peso haya dado resultados en conseguir la hazaña de llevarlo a la balanza en 164 libras, pero no se logró más nada. En definitiva, la única batalla que ganó Julio Cesar Chávez Jr. fue contra la balanza y ello le garantizó un buen cheque. Ahora que se retire. Este sábado mostró que perdió el corazón y seguramente las ganas de seguir en este negocio.
CANELO HACIA GOLOVKIN
La sorpresa promocional, al final del show, fue la que salvó la noche.
Esta vez Canelo se comprometió a subir al ring para enfrentar a GGG tan pronto como en septiembre. Para ello utilizó su habilidad verbal, algo que lo distingue y dejó en claro que "nunca le tuvo miedo". Se supone entonces que aceptará enfrentarlo en 160 libras y que esta vez no habrá exigencias de catchweigh que le faciliten la vida al tapatío, pero que podrían repetir el horrible espectáculo protagonizado por el pobre Chávez.
La pelea fue de un solo lado, es verdad, pero como lo aceptó Canelo la utilizó para ensayar nuevas combinaciones y mejoras que sigue adicionando a su arsenal de herramientas. Es el mérito del tapatío y algo por lo cual es necesario otorgarle el crédito. Él se toma su popularidad en serio y no rehúye al trabajo. Álvarez es un púgil aplicado, enfocado y que maneja con mucha inteligencia sus dos vidas, dentro y fuera del cuadrilátero. No por un acaso está donde está.
Y si bien es mejor empresario que boxeador, sigue mejorando como tal. Movimientos de cintura, trabajo de piernas, mejoras en la velocidad y acierto con el jab, mejoras en los bloqueos y sigue perfeccionando el gancho por afuera o por adentro, donde aumentó el nivel de aciertos y hasta la velocidad al lanzarlo.
Infelizmente la pobreza en el desempeño de Chávez Junior impidió examinar esas mejoras contra una oposición más exigente y consistente, pero evidentemente no es culpa de Saúl Álvarez. El cumplió su parte de manera perfecta. Su actuación no tuvo fisuras y a la hora de evaluar su boxeo con relación a peleas anteriores, hubo nuevas mejoras.
Como fuera dicho, las buenas peleas incluidas en el respaldo y la presencia de Gennady Golovkin en el cuadrilátero para confirmar el desafío en septiembre, le dieron otro matiz al final de la cartelera. No por un acaso los abucheos se transformaron en aplausos ni bien se mostró en la pantalla del T-Mobile Arena un video preparado sobre GGG preparado especialmente para la ocasión. Estaba muy claro que los organizadores sabían cómo terminaría la pelea.
El combate pasará a la historia, tal vez, como la última presentación titular del hijo del mayor pugilista mexicano de todos los tiempos. Sin pena ni gloria, como si la única gloria que acepta el apellido Chávez sea la de su padre. Lo único rescatable, ya fue señalado, para sorpresa el Junior no fue noqueado, soportó mucho castigo y se llevó un buen cheque. Nada mal, si se quiere, para tan poca cosa en el ring.
Mucha gente se habrá sentido engañada en sus expectativas y el éxito de Canelo seguirá dividido entre admiradores y detractores. Unos dirán que Chávez Junior fue el peor de todos sus rivales o arriesgarán acusaciones peores que esa y por el otro lado, sus admiradores lo defenderán a capa y espada como el mejor púgil mexicano de la presente era. Hay que aceptar que esta vez, no hay culpas en el tapatío. Se preparó conscientemente para afrontar un desafío en un peso inédito, mostró excelente condición tanto física como boxística y se comprometió públicamente a saldar una enorme deuda con sus detractores y exorcizar al peor de sus fantasmas (por el cual hasta renunció a un cinturón de campeón): enfrentar a Gennady Golovkin. Por ahora, al menos, Saúl Álvarez, merece el crédito y el respeto. Lo de GGG es otra historia y que comienza mañana mismo.