Boxeo
Roberto José Andrade Franco 2y

Canelo Álvarez y el mentor que impulsa su marcha hacia la inmortalidad

NOTA: Este reportaje fue publicado originalmente el 5 de noviembre de 2021. Álvarez venció por nocaut a Caleb Plant el 6 de noviembre.

EDDY REYNOSO CARGA a Saúl “Canelo” Álvarez sobre sus hombros. Es el fin de semana del Cinco de Mayo, una de las dos fechas más importantes del ámbito boxístico. Y ambos, Reynoso como entrenador, Canelo como su boxeador, celebran otro triunfo, rodeados por la mayor multitud congregada en un recinto cerrado para presenciar un combate de boxeo en Estados Unidos. Pocos segundos antes, dentro del AT&T Stadium de Arlington, Texas, con 73,126 personas en asistencia, Billy Joe Saunders, o su esquina (dependiendo de la versión de la historia que se crea), tiró la toalla.

No era ilógico creer que Saunders sería el rival más complicado en años para Canelo. Era campeón mundial, un escurridizo zurdo que frustraba a sus rivales confiados de que le harían daño y, quizás lo más importante, Saunders era un antagonista natural. Alguien cuya personalidad frecuentemente cruzaba las líneas entre confianza y arrogancia, bromista juvenil e imbecilidad. Alguien que disfrutaba de pelear en un estadio repleto de suficientes personas como para rivalizar con la cifra poblacional de un pequeño pueblo tejano; entre las cuales solo una docena, aproximadamente, quería verle ganar.

“Nunca has estado sobre el cuadrilátero con alguien como yo”, advirtió Saunders a Canelo antes de empezar el combate. Una vez iniciada la pelea, y con la multitud gritando tan fuerte que hacían zumbar los oídos y vibrar el pecho, Canelo lo despachó con relativa facilidad. Por si fuera poco, Álvarez rompió el lado derecho del rostro de Saunders.

“Lo sentí a la hora de pegarle”, afirma Canelo del uppercut derecho que lastimó a Saunders. Cuando tu profesión es golpear a otras personas, eres capaz de sentir y escuchar cuando tus puños han roto los huesos del contrincante. “Le vi todo esto sumido”, afirma Canelo mientras apunta a su mejilla, haciendo correr lentamente su dedo bajo el ojo derecho. Explica cómo fracturó a Saunders (literalmente y, considerando que algunos boxeadores no llegan a recuperarse de semejante clase de palizas, quizás hasta en sentido figurado) con la misma naturalidad con la que cualquier persona se refiere al clima.

“Le vi esta parte levantada”, prosigue Canelo, apuntando al lado de su ojo, junto a su sien. “Por eso, le empecé a decir a la gente que hiciera ruido. Yo sabía que se acababa este round y no iba a salir. Arriesga su vida”.

Para decirlo de la forma más sucinta posible, Canelo propinó una paliza a Saunders que le motivo a él, o a su esquina, o a ambos, a decir que él no quería más. En vez de pelear, prefería ir a casa.

Esa fue la razón por la cual, después de la conclusión de la pelea tras el octavo asalto, Reynoso cargó a Canelo en hombros por todo el cuadrilátero. Los sonidos de una canción con el compás de un frenético acordeón (“Vieja corajuda”, de Los Titanes de Durango) salían de todas las bocinas del estadio. La razón por la cual, no muy alejado de una bandera mexicana que ondeaba orgullosa, no muy alejado de un Saunders desfigurado que minutos después se sentaría dentro de una solitaria ambulancia, con un dolor punzante originado en un hueso orbital derecho fracturado en tres sitios distintos; Reynoso gritaba lleno de emoción. Canelo, sentado sobre los hombros del entrenador, sentado en la cima del mundo, golpeaba su pecho y flexionaba los músculos.

En ese momento, tal como ahora lo reconocen, Reynoso y Canelo sabían que, si todas las condiciones se daban de la misma forma, no había nadie en el mundo capaz de vencerles. Ningún púgil dentro de las categorías de las 160, 168 o 175 libras. Ni Saunders. Ni Caleb Plant, el boxeador a quien Canelo quería enfrentar, según afirmó inmediatamente después del combate.

Y ese es precisamente el rival al que se enfrentarán este sábado, así que no es precisamente Plant quien puede vencerles.

No cuando Canelo y Reynoso han llegado al punto donde, actualmente, pelean para hacer historia. Para convertirse en campeón indiscutible y con ello, lograr lo que ningún púgil oriundo de un México obsesionado con el boxeo ha hecho.

Si lo logran, Canelo seguirá ascendiendo posiciones en la lista de grandes boxeadores nacidos en ese país. Actualmente, Canelo y Reynoso pelean para que el primero pueda convertirse en el pugilista mexicano más grande que jamás haya vivido.

CANELO ESCUCHA A Reynoso. Está sentado sobre la lona del cuadrilátero de su gimnasio de boxeo en San Diego. Es un pequeño gimnasio, localizado dentro de una zona de bodegas industriales, y cuya fachada no posee un solo cartel que indique que en ese lugar entrena el mejor boxeador del mundo. De hecho, con sus persianas verticales cerradas, carteles negros pegados sobre las ventanas de vidrios ahumados, y una puerta que se cierra con llave en cuanto ingresa Canelo, se entiende que ellos no quieren que nadie se entere.

Allí está sentado Canelo. Escucha tranquilamente mientras Reynoso, ubicado a unos cuantos metros de distancia, intenta hablar coherentemente para grabar una promoción de una estación televisiva de habla hispana que acaba de entrevistarle.

“El 6 de noviembre, no se pierdan la pelea…” dice Reynoso, mirando fijamente a la cámara, antes de que todo parezca indicar que su boca ha dejado de funcionar.

“No se pierdan la pelea este 6 de noviembre” … Sus palabras vuelven a tropezar, a pesar del reacomodo. Intenta de nuevo, y falla otra vez.

Mientras Reynoso intenta decirles a los televidentes que sintonicen este 6 de noviembre, sus palabras no suenan bien. El productor intenta guiarlo. Con la frustración que evidentemente escala en su tono de voz, Reynoso dice que ya es suficiente.

Tras el tropiezo de su entrenador, Canelo, que ha mirado fijamente su teléfono todo el tiempo sonriendo y riéndose de lo que denomina “memes y mam----”, se levanta y grita: “¿No que muy fácil?” Les recuerda como todos se burlan de él cuando tiene dificultades al intentar hacer lo mismo. Cómo todos creen que es muy fácil, aunque no lo es. Todos se ríen, hasta el propio Reynoso, que cuenta con una personalidad caracterizada por su gran seriedad. La clase de personalidad que le hace decir a un periodista que le hacen perder su tiempo, si considera que le han formulado preguntas tontas.

Al fin, Reynoso logra grabar la promoción. Canelo muestra su teléfono a Munir Somoya, entrenador de musculación y acondicionamiento físico, y ambos empiezan a reír. Es un ambiente relajado, antes de que alguien pise el cuadrilátero. Al punto que cuando Canelo, aún sentado sobre la lona del ring, recibe una llamada telefónica de un amigo e inmediatamente la pone en altavoz, para que todos le ayuden a descifrar lo que dice la voz de rápido hablar. “No se te entiende ni madres”, dice Canelo, entre risas. “Habla despacito”.

Si no viéramos esta interacción, podríamos creer que Canelo y Reynoso son personas parcas, que frecuentemente dan respuestas simples a las preguntas que se les hacen, al menos en inglés. Si no hablas español, es probable que no logres comprender que siempre se perderá algo en la traducción. Quizás no logren entender que la relación entre Canelo y Reynoso implica muchas cosas. En algún punto de un diagrama de Venn, Reynoso es entrenador, agente, hermano mayor y a veces, mucho más.

“Lo conozco desde que era un niño”, afirma Reynoso (que cumplirá 45 años el día de la pelea) sobre Canelo (31). Tiene un tatuaje de Canelo estampado sobre la parte exterior de su antebrazo izquierdo. Se lo hizo aproximadamente hace 10 meses, después de que ambos vencieran a Callum Smith, boxeador que dominaron por completo a pesar de que en ese momento era campeón mundial, de alta estatura, largo alcance, de óptima técnica y buenos movimientos. Inmediatamente después de dicho combate, en el vestuario, Canelo le dijo a Reynoso que este nunca le había fallado. Y que, para demostrarlo, estaba dispuesto a morir sobre el cuadrilátero. Los mexicanos siempre se han sentido cómodos hablando sobre la muerte, incluso al punto de bromear sobre ella.

La relación entre Canelo y Reynoso es especial; en parte, porque desde el momento en el que Rigoberto, hermano mayor de Canelo, lo llevó por primera vez a su atención en el gimnasio de su propiedad en Guadalajara, México, el entrenador ha ayudado al muchacho a madurar hasta convertirse en campeón mundial. Hoy en día, Canelo es mucho más que eso. Más allá de una superestrella en el ámbito boxístico, es el atleta masculino con mejor potencial en el mercadeo a nivel mundial. El evidente ejemplo de que el boxeo no está muerto en Estados Unidos (como se suele decir), sino que se ha convertido en un deporte latino, en su mayoría mexicano. Por su parte, Canelo indica que Reynoso es el mejor entrenador del mundo y que no existe un equipo mejor que el suyo.

“Siempre hemos andado juntos”, indica Reynoso. Independientemente de la etiqueta aplicable a su relación, el entrenador afirma que su trabajo es proteger a Canelo. Asegurarse que, dentro del cuadrilátero, esté bien preparado. Asegurarse de que, fuera del cuadrilátero, haga las cosas bien.

“Me he preocupado bastante por él”, expresa Reynoso sobre Canelo, en tiempo pretérito, como si hablara del chico de 13 años que ayudó a criar. El niño que tenía seis hermanos mayores que también boxeaban. Canelo era el menor y tenía condiciones de genio para el boxeo. Se imaginaba ganar títulos mundiales, pero no le era posible visualizar que llegaría a semejante nivel. “Me sigo preocupando”, prosigue Reynoso, cambiando súbitamente al tiempo presente. Preocupado, porque el boxeo es un océano tumultuoso donde los tiburones más traicioneros visten de trajes y esmoquin.

“Mucha negatividad, mucha envidia”, expresa Canelo cuando se le pregunta sobre el lado oscuro de su negocio. “Pero es parte de esto. Es parte de, y hay que saber manejar también”.

Cuando ese es el mundo en el que vives, jamás puedes bajar la guardia. Los que mantienes más cerca de ti son aquellos a quienes le confías tu vida.

Por ello, a Canelo y Reynoso los rodean un pequeño equipo, unido por muchos años. Es su mundo pequeño, que solo se ha hecho más estrecho a medida que ha crecido la estrella de Canelo. Reynoso, que exige trabajo duro y tesón, dice que todos son amigos. Canelo, que exige lealtad, dice que todos son familia. Entienden que están aquí y ahora, presentes para ayudar a Canelo a convertirse en el primer mexicano y latino en ostentar la condición de campeón mundial indiscutible. Y quienes no les pueden ayudar, son despachados con rapidez. Los compañeros de sparring que no llegan a exigir lo suficiente a Canelo son enviados a casa con costillas fracturadas y narices rotas.

“A Eddy se le ocurrió”, afirma Canelo sobre la idea de ganar los cuatro cinturones de títulos importantes, lo que le convertiría en el séptimo pugilista masculino en alcanzar la hazaña. “Se le ocurrió el año pasado”.

El combate es importante para Canelo, aunque si hablas con ellos lo suficiente, captas la sensación de que el hito podría tener mayor importancia para Reynoso. Aparte del resto de títulos cambiantes que ostenta, es historiador del boxeo. Su vida ha girado en torno al boxeo desde temprana edad. Apenas tenía ocho años cuando Don Chepo, su padre, lo llevó a varios gimnasios boxísticos por todo Guadalajara.

Eddy nunca abandonó esos gimnasios, sin importar su ubicación, todos repletos del hedor a sudor rancio. Es la clase de hedor que los productos de limpieza apenas pueden disimular en el mejor de los casos. Reynoso, que usa colonia para ir al gimnasio, es la clase de persona que (hace aproximadamente 15 años, cuando casi nadie conocía el nombre de Canelo y si lo conocías, lo más probable era que lo llamaras Saúl) creó el que se convirtió en su mantra: ‘No Boxing No Life’.

Sin boxeo, no hay vida.

Reynoso es aquél que entiende, mejor que nadie, que cualquier alegato a favor de Canelo para considerarlo el mejor púgil en la historia de México dependerá de que se convierta en campeón indiscutible. “Lo catalogarían como el mejor boxeador en la historia del boxeo mexicano, digan lo que digan”, expresa Reynoso.

“Para ser el mejor, se necesita plasmar victorias. Y Saúl las tendrá”, prosigue Reynoso. “Ningún mexicano va a tener lo que ha hecho Saúl”.

SI EL FÚTBOL sigue siendo su deporte más popular, el boxeo, especialmente entre la clase trabajadora, es la esencia de México. Un país donde los boxeadores, incluso aquellos que no llegan a convertirse en campeones mundiales, pueden aspirar a ser héroes nacionales. En ocasiones, quienes ganan títulos se convierten en héroes populares, que viven por siempre en canciones, películas y telenovelas.

No existe equivalente en Estados Unidos al significado del boxeo dentro de la cultura mexicana. Quizás el ejemplo más cercano se haya producido hace un siglo, cuando el béisbol era símbolo de la democracia y la moral. Con esos elementos, el imperio estadounidense introdujo su deporte nacional dondequiera que se esparcía, incluyendo México. En aquel entonces, tal como lo contaba el Tío Sam, ver y jugar al béisbol (en vez de pelear) era una forma de hacerse civilizados.

Ya sea en México, o Estados Unidos con los mexicanos-estadounidenses, el boxeo es tema de importancia prácticamente existencial dentro de la cultura mexicana. Porque si es cierto lo dicho por Carlos Fuentes, intelectual y uno de los novelistas más grandes de México, cuando alegó que la historia de su país está llena de derrotas aplastantes en las que hasta el Padre de la Patria terminó torturado y decapitado; entonces el boxeo es uno de los pocos sitios donde las victorias han sido abundantes.

Esas victorias, presenciadas junto con familiares y amigos, en las noches en las cuales boxeadores de la talla de Julio César Chávez, reafirmaron que, a pesar de que otros no podían verlos, los mexicanos en Estados Unidos no eran invisibles. Héroe nacional a ambos lados de la frontera, apodado El Gran Campeón Mexicano, y ampliamente considerado como el boxeador más grande de la historia del país, Chávez nunca dominó el inglés. Cada vez que ganaba y declaraba en español era evidente que, a pesar de que otras personas no podían entenderlos, lo que tenían que decir no era menos importante.

Esa es la razón por la cual, en aquella noche de finales de enero de 1994 cuando el gran Chávez perdió a manos de Frankie Randall (su primer revés en 90 combates), Reynoso sintió que el boxeo, el deporte que amaba, había roto su corazón. Varias décadas después, su tono de voz sigue bajando cuando se refiere a aquella derrota y cuánto le afectó.

Esa es la razón por la cual, cada vez que Canelo sube al cuadrilátero, parece que todo un estadio en Estados Unidos entona las notas del himno nacional de México. Después, los seguidores del boxeo (desde aquellos sentados en las tribunas populares, hasta los mexicanos y mexicano-estadounidenses de clase alta con suficientes recursos para ubicarse lo más cerca posible del ring) comienzan a corear el nombre de Canelo. E incluso si, para algunos, la distancia ha afectado dicha conexión, también corearán el nombre de su hogar espiritual. “¡MÉ-XI-CO! ¡MÉ-XI-CO!"

Esa es la razón por la cual, lejos de ese sitio, una incontable cantidad de personas se congrega entre dos países; en casas, restaurantes, bares o cualquier sitio donde haya un televisor.

Esa es la razón por la cual, cada vez que Canelo entrena para los medios de comunicación en resorts elegantes, es probable que algunos huéspedes no conozcan quién es Canelo, pero sí lo saben muy bien los que limpian habitaciones, preparan comidas, cortan el césped y parquean autos.

Incluso si, de forma metafórica, existe algo de dignidad en someterse a una paliza en estos tiempos para regresar mañana y, probablemente, volver a recibir golpes al rostro. Que incluso si pierdes, existe un elemento heroico en el no retroceder. Forma parte de esa filosofía básica de la clase obrera mexicana: “a chin------”. Frase con múltiples significados, algunos vulgares. En este caso significa que, a pesar de que la tarea es digna de Sísifo, hay que cumplir con ella porque es inevitable.

Imagina que eres tú, y te encuentras a alguien del otro lado. Alguien que inflige ese daño sin recibirlo. Alguien que proviene del mismo sitio que tú, habla de la misma forma que tú, se ríe de los mismos memes y mam---- que tú. Por eso, no extraña ver que alguien de la talla de Chávez o Canelo (que solía vender paletas de helado en la calle y desobedeció a su padre cuando abandonó la escuela mientras cursaba octavo grado, para poder trabajar y pelear) es tratado como si tuvieran el poder de hacer que su gente se sienta un poco menos alienada. Es la razón por la cual los dos días más importantes del calendario boxístico en Estados Unidos se celebran en fines de semana que conmemoran fechas importantes de la historia de México.

“Sí siento mucha fanaticada”, expresa Canelo sobre los seguidores del pugilismo de ascendencia mexicana en ambos países. Debido a ese apasionado fanatismo, cada vez que Canelo pelea parece convertirse en el centro de la cultura mexicana. Las abuelas encienden velas, pidiéndole a Dios que lo proteja. En la noche de su combate contra Saunders, más de la mitad de los televisores encendidos estaban sintonizados con Canelo. “Cualquier día que pelee, es para todos los mexicanos y para todo México”.

REYNOSO UTILIZA UNA toalla gris para secar el sudor del rostro de Canelo. Ocurre entre asaltos de boxeo de sombras, en los que Canelo se mueve sin esfuerzo por todo el cuadrilátero. Simula que golpea el cuerpo de un rival, un golpe al hígado. Es el golpe más cruel que se puede propinar en todo el boxeo, aparte de ser pieza fundamental del estilo pugilístico mexicano.

Es cruel porque, si quedas noqueado e inconsciente por un golpe al rostro, es probable que no sientas nada. A veces, los boxeadores se despiertan tras el golpe y se les debe informar que su combate ha terminado. Pero si te impactan lo suficientemente fuerte con un golpe al cuerpo, sentirás el dolor insoportable que te motiva a querer abandonar. Te hace preguntarte si se ha lesionado un órgano importante de tu cuerpo. Un puñado de segundos de sinceridad, que parecen minutos, en los que crees que puedes estar muriendo.

“Se lo metes”, afirma Reynoso mientras le ve practicar esos golpes.

En este caso, el sujeto es Caleb Plant. Boxeador oriundo del estado de Tennessee, poseedor del último cinturón requerido para completar el rompecabezas indiscutible que Reynoso ha intentado resolver desde inicios de la pandemia: el titulo supermediano (168 libras) de la Federación Internacional de Boxeo.

Canelo y Reynoso tienen cero dudas de que lo lograrán. Se trata de algo que va más allá de la acostumbrada bravuconería que vemos en el mundo del boxeo. Es algo más profundo. Es ese fatalismo típico de los mexicanos, que nos convence de que no hay forma de detener lo que está destinado a ocurrir. Como si Plant no fuera lo que aleja a Canelo, Reynoso y el resto de su equipo de posar con gestos de celebración para su foto post-pelea. Es que aún no llega el 6 de noviembre. Pero una vez llegue, y venzan a Plant, se tomarán la foto y la enmarcarán, para colgarla junto a tantas otras en las paredes de su gimnasio de San Diego.

Sobre esas paredes, podemos ver el arco argumental de la carrera de Canelo. El afiche de una pelea contra Josesito López, cuando Canelo apenas tenía 22 años y cara de bebé. En aquel entonces, específicamente en 2012, en el fin de semana del 16 de septiembre (la segunda fecha más importante del calendario boxístico), algunos voceros influyentes se preguntaban si la popularidad de Canelo era producto de su calidad pugilística o si él, frecuentemente mostrado como una especie de rompecorazones que boxeaba, era perfectamente comercializado. Esos cuestionamientos eran tan fuertes que, en esa misma noche en Las Vegas, Julio César Chávez Jr. (hijo del héroe nacional con el nombre de oro), peleaba a menos de dos millas de distancia.

A pesar de que en aquella noche se enfrentaban a oponentes distintos, Canelo y Chávez Jr. luchaban para ver quién se convertía en el próximo gran boxeador mexicano. Eventualmente, se vieron las caras sobre el cuadrilátero. Canelo ganó con facilidad. El afiche de dicho combate también cuelga sobre el gimnasio donde, desde afuera, la única señal de lo que sucede adentro se genera cuando Canelo golpea las pesadas bolsas, emitiendo sonidos similares a un disparo. También podemos ver una fotografía enmarcada de dicha pelea. Canelo golpea el cuerpo de Chávez Jr. Dicho golpe hizo que Chávez Jr. se encogiera del dolor. Sin embargo, no fue eso lo que de verdad le dolió, a pesar de que Canelo le propinó una paliza que le hizo recordar hasta del día en que nació. Esa fue la última vez en la que cualquier persona en su sano juicio dijo la frase “el próximo gran boxeador mexicano” y el nombre de Chávez Jr. en la misma oración.

“La gente va cargándose”, expresó Canelo sobre los aficionados mexicanos y mexicano-estadounidenses que una vez cuestionaron su calidad pugilística. “Por más que no quieran, van admirando mi trabajo y se van haciendo mis fanáticos”.

Asimismo, Canelo sabe que siempre habrá algunos que se atrevan a cuestionar algún aspecto de su carrera. Pero aparte de su único revés, sufrido a manos de Floyd Mayweather Jr, enfrentado al mejor boxeador de su generación con apenas 23 años, y a este lado de sus dos batallas fuertemente luchadas contra Gennady Golovkin (un empate y una reñida victoria), Canelo se ha convertido en el mejor boxeador del mundo. Es probable que nunca logre convencer a los pocos que aún mantienen dudas sobre él. Incluso si Canelo se convierta en campeón indiscutible (o en el momento en que lo logre, si se sienten tan convencidos como lo están Canelo y Reynoso) y no quede nadie en su división a quién imponerse.

“Al final de cuentas, para ser el mejor, no se necesita que la gente te quiera”, expresa Reynoso, con un tono de voz desafiante. Mientras habla, se ubica cerca a esos afiches promocionales de peleas y fotos dentro de su gimnasio que sirven como monumento conmemorativo de los logros de Canelo. Y porque ambos están interconectados, esos mismos afiches y fotografías también sirven de testimonio de los logros de Reynoso.

Son prueba tangible de que su árbol de sacrificios ha cosechado frutos. De que, cuando pocos conocían sus nombres, tenían razón en permanecer juntos, conscientes de que estaban a punto de nadar en aguas peligrosas. “Cuando empezamos no había nadie”, recuerda Reynoso. Incluso hoy, los meses alejados de la familia, los meses alejados del hogar, son más fáciles de digerir porque ellos, juntos, hacen lo que aman hacer.

Comprenden la responsabilidad que genera ser el mejor boxeador mexicano. El simbolismo que conlleva pelear en los mismos sitios que una vez pertenecieron a México, lugares con una historia de violencia anti-mexicanos. Por eso, pueden darse el lujo de reír y bromear por solo un rato. Sin embargo, el verdadero trabajo comienza cuando no hay espacio para la pérdida de tiempo.

Una vez que suena esa campana, después de que Reynoso ha secado el sudor del rostro de Canelo, le dio agua, y es hora de volver a trabajar, es un momento de concentración absoluta.

De vuelta al boxeo de sombras. Canelo golpea a un oponente que sólo él puede ver. Gotas de sudor vuelan de sus brazos, manchando la lona del cuadrilátero. Existe un elemento de seriedad que ha invadido el rostro de Canelo. Como si le hubiera abandonado una parte de esa persona respetuosa que estrecha la mano de todos mientras ingresa al gimnasio. Como si hubiese olvidado cómo, hace poco tiempo, me dijo que siempre ha sido una persona calmada. Cómo juega golf a diario, porque le ayuda a romper con la soledad y monotonía del campamento de entrenamiento, mientras también le ayuda a mantener la calma dentro del cuadrilátero.

En sustitución de ese hombre, tenemos al boxeador que le dice a su familia (incluyendo a su esposa y tres hijos) que la ama antes de cada combate, porque sabe que o él o su rival podrían, literalmente, pelear por sus vidas. Les dice que, si algo le llega a ocurrir dentro de ese ring, que al menos sucedió mientras hacía algo que ama.

Canelo, dentro de ese cuadrilátero, donde es su ser más verdadero, deja de cantar y reír, bailar y bromear. Los músculos que rodean su quijada se tornan tensos. Las venas ubicadas a los lados de su musculoso cuello despiertan de repente.

“¡LE VOY A DAR LA PU--ZA DE SU VIDA!”. Canelo rompe su silencio, gritando lo que se ha escuchado por todo el gimnasio, incluso a sus afueras.

Nuevamente, se refiere a Caleb Plant.

Poco después de que Canelo hace su proclama, Reynoso (con una toalla gris que cuelga de su hombro), ubicado a las afueras de la esquina del cuadrilátero, mira cómo Canelo practica su brutal oficio. “Mueve la cintura”, le instruye. “Protégete con los brazos”, agrega, antes de hacer una demostración.

“Así, así”, le dice Reynoso, con sus puños cerca de los oídos, mientras dobla la cintura de lado a lado, de atrás hacia adelante. Canelo asiente y sigue su instrucción.

“Bien, m’ijo”, le dice Reynoso.

REYNOSO RETIENE A Canelo, evitando que se abalance. La rueda de prensa entre Plant y Canelo, escenificada seis semanas antes de su combate, se tornó violenta. No de la forma en la que a veces los pugilistas fingen tener una rencilla para así ayudar a vender su venidera pelea. “Violenta” en el sentido de que Plant pudo haber propinado el primer golpe, pero ahora sangra bajo su ojo, después de que Canelo le diera tres golpes.

Antes de verse cara a cara, Plant había calificado a Canelo de tramposo y “chuzado” luego que el boxeador mexicano diera positivo por mostrar rastros del fármaco clenbuterol en 2018. Canelo indicó en su momento que su positivo fue producto de la ingesta de carne de res mexicana contaminada. La misma comisión atlética que lo suspendió por seis meses, posteriormente declaró que una prueba de folículos capilares no detectó la presencia de sustancias prohibidas. Eso le dio cierta credibilidad a la teoría de la carne contaminada expuesta por Canelo. Plant, que no está solo en su escepticismo, no se lo creyó.

Una vez frente a él, Plant (quien afirma que el boxeador mexicano nunca ha estado sobre el cuadrilátero contra alguien como él) mentó la madre a Canelo. Fue entonces cuando su “cara a cara” se tornó violento.

Porque eso es lo que sucede a veces cuando hablas en un idioma distinto al nativo, Canelo tomó el insulto de forma literal. Ciertos aspectos de la cultura mexicana están llenos de machismo, y en dichos espacios (siendo el boxeo uno de ellos), cada macho tiene una madre a la que no se puede faltar el respeto.

“¡TÚ ERES EL HIJO DE TU ---- MADRE!”, fue la respuesta de Canelo tras empujar a Plant. Frecuentemente, porque es útil en momentos como éstos, soltar palabrotas es lo primero que se desea aprender de un nuevo idioma. Fue entonces cuando se fueron a las manos y debieron separarlos.

Incluso, antes de que todo eso ocurriera y aunque no era verdaderamente su culpa, Plant representaba la némesis en las tensiones históricas entre Estados Unidos y México. Plant no necesitaba decir una sola palabra para que el entorno de Canelo lo viera como su adversario natural. Sin embargo, una vez que éste empezó a hablar, se convirtió en mucho más que eso. Plant ofendió alguna parte de la idiosincrasia mexicana de Canelo y Reynoso.

“¿Para qué hablar?”, pregunta Canelo de forma retórica. “Al final de cuentas, te vas a subir al cuadrilátero. Allí, las palabras salen sobrando. No veo necesidad de hablar. Siempre que lo he hecho, me ha salido del corazón”.

Canelo y Reynoso afirman que Plant habla demasiado. Dicen que tendrán pocos problemas para vencerle. Conocen sus fortalezas (es campeón mundial invicto, alto, tiene largo alcance, posee buena técnica boxística y se mueve bien), y también conocen sus debilidades. Han estudiado sus peleas. Conocen los asaltos en los que se torna más peligroso, lanza más golpes y aplica mayor presión. También conocen cuándo se agota. Pero, más importante que todo lo anterior: saben que Plant no es Canelo.

“Saúl le gana por cualquier vía”, afirma Reynoso sobre Plant. “¿Por qué? Porque está pasando por su mejor momento. Les ha ganado a mejores boxeadores que Caleb Plant. Tiene más experiencia. Está joven. Está fuerte. Y más que nada, está metido en el gimnasio”.

Trabajo duro y disciplina. A criterio de Reynoso, que a veces comienza diatribas interminables sobre boxeadores que simulan trabajar fuerte solo para publicarlo en redes sociales, esa es la mayor fortaleza de Canelo. Afirma que Canelo cuenta con esos elementos porque los aprendió siendo un joven boxeador. Sin describirlo con palabras, Reynoso dice que Canelo es así, porque eso fue lo que le enseñó.

Cuando se le preguntó sobre las posibilidades de que Plant se alce triunfador, Canelo responde con una frase generalizada. “Ahorita no veo a nadie que me gane”.

SI VEN SUFICIENTE boxeo, es casi inevitable escuchar a las figuras jóvenes, refiriéndose a sus deseos de retirarse antes de cumplir 30 años. De cómo desean hacer dinero y salir de ese deporte. De cómo sus carreras serán distintas a las del estereotipo del boxeador, que termina arruinado, física y económicamente. Pelean única y exclusivamente porque esa es la mejor forma que conocen de hacer dinero.

Lo anterior no tiene la intención de criticar a las jóvenes estrellas del boxeo. El pugilismo es un negocio doloroso y horrible, capaz de ahogarte; y si pueden, deben pensar en una forma de salir de él tan pronto como les sea posible.

Sin embargo, Canelo indica que le encanta boxear. Incluso cuando no está preparándose para una pelea, se mantiene entrenando dentro del gimnasio. A pesar de declarar que pelea por el pueblo mexicano, dondequiera que éste resida, expresa que ha llegado a un punto en el que ya no siente presión. Que no existe una sensación de adrenalina similar a la de noquear a un rival. Incluso mejor, hacerles abandonar un combate.

“Nada, nada, nada”, indica. “Es algo diferente”. Canelo intenta explicar la explosión de electricidad que siente cuando mira que otro rival (que ha entrenado de la misma forma durante varios meses para intentar hacerle daño) ya no puede seguir peleando.

Imaginen eso. No solo dominar a lo mejor de lo mejor dentro de este deporte tan despiadado, sino motivarles (los hombres más rudos que se ganan la vida con sus puños) a no querer seguir boxeando. Imagínense la clase de paliza que una persona que entrena para ignorar el dolor debe soportar, antes de ser superado por su instinto de conservación. Si su orgullo les permite, admitirán lo que su cuerpo ya les ha confesado. Una confesión que podría destruir su identidad. Si el cuerpo pudiera poner en palabras lo que les expresa, diría algo similar a: Estaba convencido de que no hay otra persona en el mundo que pudiera acabarme, pero me enfrenté a ti.

Quizás existe algo desconcertante al escuchar que, similarmente, es un poco desconcertante ver a Canelo a veces practicar sus dones violentos mientras escucha baladas y canciones de amor mexicanas. Como puede, desde esta costa idílica, perfeccionar sus métodos para acabar con la voluntad de otros hombres. Cómo, en vez de intimidar a sus rivales mostrando un aura de sicópata (táctica utilizada por muchos boxeadores), Canelo es el opuesto extremo. Es desconcertantemente tranquilo. A menos que, claro, le mentes la madre.

Existe algo inquietante en un hombre que no necesita pelear, al menos por razones económicas; y no solo sigue boxeando, sino que le encanta hacerlo. Hay algo en Canelo que casi elude a los dioses del pugilismo; que le hace ignorar al proverbio más sincero de este deporte, que reza que es difícil para un boxeador despertarse y entrenar cuando duerme bajo sábanas de seda. Canelo hace mucho más que eso. En los días previos a sus combates, viste poco menos que pijamas de seda. “Más cómodo para mí”, afirma a modo de explicación.

Esa es la clase de cosas que se hacen cuando se está convencido de que nadie puede vencerte. Cuando planeas boxear por siete años más, incluyendo volver a escenificar un combate en México (algo que no ha hecho en una década) contra la competencia más fuerte, y después dejar este deporte. Quizás para practicar golf. Quizás para dedicarse a gestionar sus negocios. Ambos parecen ayudarle a satisfacer ese impulso competitivo que lo ha traído hasta este punto. Quizás para montar sus caballos. Quizás algo más. Cualquier cosa opuesta a vivir toda una vida peleando. Canelo puede hacer lo que desee, pero en estos momentos, boxea. Y cuando lo hace, afirma que Reynoso se preocupa demasiado.

Reynoso se preocupa porque, como entrenador, la derrota que más le dolió no fue en el combate contra Mayweather. Fue cuando Oscar Larios, mucho después de haber alcanzado la cúspide de sus condiciones; perdió ante Jorge Linares, quien apenas comenzaba a rozar la suya. “Esa fue la que más me ha calado”, indica Reynoso sobre la pelea que dejó a Larios con un hematoma cerebral.

Se preocupa porque, como historiador, sabe que un boxeador hoy puede imponerse a cualquier hombre que camine sobre la Tierra, pero mañana nunca podrá superar al tiempo. Eso es lo único por lo que Reynoso se preocupa, temeroso de que nunca pueda proteger a Canelo del implacable calendario. Lo sabe mejor que nadie, y por eso se preocupa.

“Ánimo cab---, póngase listo”, le dice Reynoso a Canelo cada vez que está a punto de sonar la campana, marcando el inicio de las peleas que importan. Antes de enfrentarse a Plant, Reynoso le dirá lo mismo. Y como siempre, la respuesta de Canelo será asentir con un gesto de seguridad.

Más que convencido de que será el ganador, Canelo indica que podría fracturar la quijada de Plant. Será el impuesto a cobrar por haber mencionado a su madre.

En este punto, Canelo y Reynoso pelearán por títulos, claro; pero también lo harán por orgullo, su país, respeto, y todas las cosas que vienen con ellos. Días después del Día de los Muertos (celebración en la cual las personas de herencia mexicana recuerdan la existencia de quienes ya partieron), Canelo y Reynoso pelearán para alcanzar la inmortalidad. Canelo peleará para que, mucho tiempo después que haya dejado el cuadrilátero, sea recordado como el boxeador más grande oriundo de México; superando al mismo Julio César Chávez, por más hereje que suene. Que quizás un día, se compongan canciones y filmen películas y telenovelas sobre la vida de Canelo. Y cómo sus logros deportivos están tan entrecruzados como sus vidas, si sucede, Reynoso será recordado como la persona que le ayudó a vivir para siempre, aunque no de forma física.

En este momento, cuando una sensación de inevitabilidad le rodea, quizás la única tensión presente en la carrera de Canelo es la de salir de este deporte antes que sea demasiado tarde. Antes que, como ha ocurrido tantas veces durante la historia mexicana, sufra una estremecedora derrota. Ha boxeado por dinero desde que tenía 15 años, y Reynoso le ha acompañado en todos y cada uno de sus pasos. Si puede salir y alejarse del boxeo, Reynoso puede dejar de preocuparse, incluso pasar la página y preocuparse por otro pupilo. Si puede dejar el boxeo para nunca volver, Canelo será el único que ha alcanzado estas alturas (oyendo su nombre y el de su patria, coreados mientras es cargado en hombros) y no arriesga su vida para volver a percibir esa sensación.

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